lunes, 17 de marzo de 2008

Las lecciones de un problema mal resuelto

Por Xosé Luís Barreiro Rivas. Algunas justas observaciones acerca de las más recientes disposiciones contra la violencia (ejem) de género. Publicado en La Voz de Galicia el 15 de marzo de 2008.

Hace cuatro años, cuando empezó a gestarse la ley contra la violencia de género, se suscitó un entusiasmo general y artificioso que incluso arrastró al PP a aquella unanimidad que constituyó la excepción histórica a la regla de oposición sin tregua. Pero de ese entusiasmo me excluí yo -y quizá dos más- de forma reiterada, convencido de que el problema estaba mal diagnosticado y de que, lejos de entrar en vías de solución, aún podíamos ir a peor.

En medio de aquel ambiente se sembraron y abonaron los errores que lastran hoy el problema, y que llevaron a mucha gente a depositar su esperanza en una disposición legal que ignoraba las políticas preventivas y que entraba a trollo -con obcecación pueril- en toda la panoplia de sospechas, ligerezas procesales, proteccionismo utópico y penalización preventiva que caracterizan esta ley precipitada, cuestionable e ineficiente.

Ya sé que lo que acabo de decir -que va a misa- entra de lleno en los cotos vedados del lenguaje correcto. Y no solo por las afirmaciones sustantivas que mantengo, sino porque viene a aguar la fiesta a los que, incapaces de rectificar sus seráficas predicciones, explican el fracaso por la falta de medios, mientras insisten en que todo se arreglaría si hubiese más jueces, más policías, más pulseras de vigilancia, más cárceles y más procesos sin garantías repletos de gravosas obligaciones. Pero yo me excluyo otra vez de esta fórmula oficialista y mayoritaria, y sigo diciendo que por aquí no se va a ninguna parte.

Del trayecto posterior a la ley integral contra la violencia de género ya se puede concluir que las penas no sirven de nada contra el gremio de los locos, los enajenados y los que, sin ser lo uno ni lo otro, fueron puestos en situaciones límite subjetivas. Por eso se hace imprescindible empezar a distinguir las explicaciones de las justificaciones, para poder decir que estamos aplicando la legislación del divorcio con grave desequilibrio e imperfección, que seguimos llamando violencia de género a cosas muy heterogéneas que requerirían tratamientos especializados, que ignoramos la casuística generada por la marginación, la ilegalidad y la pobreza en las relaciones familiares y de pareja, y que hemos montado un discurso retroalimentado y simplón que se está acreditando como una de las causas del contagio psicológico que determina las oleadas de crímenes que nos viene asolando.

Por lo que empiezo a ver, en esta legislatura vamos a cometer los mismos errores de la anterior. Volveremos a tirar del código penal y de los dogmas y atajos que nos han traído hasta aquí. Y seguiremos creyendo -por no mirar a las personas- que la violencia tiene género, y la Justicia también.

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